Parece que si hay playa en esta jungla de asfalto. Playa que, sin ser paradisíaca como alguna isla del archipiélago de Komodo o Filipinas, por poner algún ejemplo, es un poco más auténtica (aunque no excesivamente) que la lujosa y pluriempleada (centros comerciales, restaurantes, bares, parque de atracciones, campo de golf, etc) isla artificial de Sentosa.
Incomunicada por tierra, solo accesible por barco, carece de cafés, tiendas y cualquier otro tipo de mundana distracción. Una grata sorpresa, viniendo de Singapour.
Zarpar de Marina South Pier hasta la primera parada, Saint-John island, de nombre malayo Pulau Sakijang Bendera. Hace 100 años albergaba una estación de cuarentena del cólera para los numerosos inmigrantes y pelegrinos de la meca que hacían escala en Singapur.
Más tarde una colonia penal y después un centro de rehabilitación para drogadictos. Ahora, sin embargo, no es más que un simple vergel de pinos, cocoteros y manglares, con sencillas mesas y sillas de picnic distribuidas de forma pulcra y discreta por toda la isla y una limpia bahía donde bañarse y que esconde entre palmeras un horizonte poblado de barcos mercantes.
En el camino de vuelta, parada en la diminuta isla de Kusu, cuyo nombre significa tortuga en chino y que cuenta tan solo con un gran parque y un tempo en toda su superficie. Cuenta la leyenda que una tortuga con poderes mágicos se convirtió en isla para salvar a un marinero malayo y un marinero chino que habían naufragado.
Su templo chino está dedicado a los dioses Da Bo Gong (prosperidad, salud y guardián del mar en calma) y Gyan Yin conocida como la "dadora de hijos".
En resumen, dos palmeras a la sombra a la distancia perfecta, brisa marina suave y refrescante, ligero rumor de olas deslizándose por la orilla y dejarse mecer por la inercia del balanceo entre las páginas de un buen libro.
Si el tiempo pone a cada uno en su lugar, a mí que me ponga en una hamaca junto al mar y con un buen libro entre manos.