East Bali
Denpasar - Ahmed - Jemeluk - Lipah - Gili Islands - Candidasa - Tenganan - Tirta Gangga - Kuta Selatan - Uluwatu
Denpasar - Ahmed - Jemeluk - Lipah - Gili Islands - Candidasa - Tenganan - Tirta Gangga - Kuta Selatan - Uluwatu
En Indonesia hay una isla (una de tantas...) de sobra conocida, Bali.
De Depansar directos a Amed, el noroeste de Bali se revela tranquilo y discreto. Recorrer los 14km de costa entre Amed y Culik pasando por Jemeluk, Bunutan, Lipah, Selang, Banyuning y Aas. Con especial parada en las playas, pantai en bahasa, Pantai Lipah y Pantai Jemeluk, y explorar sus costas entre corales y pececillos en búsqueda de sus impresionantes barcos hundidos. El famoso japanese shipwreck que data de la Segunda Guerra Mundial cerca de Banyuning se puede disfrutar buceando con tubo o con botella.
Dormir con el murmullo de las olas rompiendo en la orilla en el Suriya Rainbow Villa, cenar con música en directo en el Wawa Wewe Beach. Comer en el primer sitio donde ataca el hambre, a poder ser con el mar de fondo, nunca hay que desestimar un límpido horizonte a nuestro alcance.
Desde Amed dejarse embaucar por la llamada de las Gili Islands, en Lombok. Aguas prístinas, playas de fina arena blanca, ni un solo vehículo motorizado.
Despertarse rodeados de azules frente al mar en Le Pirate o hacia el interior de la isla arropados por los cantos de pájaros y el rumor de una fuente en el guesthouse Pantai Karang. En todo caso, lejos del bullicio de la fiesta que comienza antes del anochecer hasta bien entrada el alba.
Gili Air y Gili Meno silenciosas y austeras, sobre todo Meno. Donde el espectáculo del amanecer o del anochecer se ofrece en su estado más natural, sin bares a la vista, de pie o sentado sobre alguna roca cerca de la costa.
En Candidasa se recupera el bullicio de gentes y el tráfico en la carretera. Dormirse y despertarse frente al mar en The Natia, cenar local en un sencillo jardín terraza iluminado en el Warung Boni.
Cerca de Candidasa, hacia el interior y entre montañas, el pueblo de Tenganan, habitado por la tribu indígena Bali Aga, se conserva quasi intacto pese al paso de los años. Las casas mantienen la arquitectura tradicional balinesa con algunos añadidos de la vida moderna, y los antiguos templos desafían con gracia el avance del tiempo.
Al llegar a la entrada, un guía local se ofrece voluntario para visitar el pueblo y, si tenéis suerte, llevaros hasta el interior de su casa. Agricultura y artesanía son las bases de su economía, y no falta un telar en cada casa.
Las reglas del pueblo para preservar intacta la tradición son sumamente estrictas. Solamente aquellos nacidos en Tenganan pueden vivir en él, y si alguno de sus habitantes decide casarse con alguien externo, deberá abandonar el pueblo. Afortunadamente, existen algunas reglas a la hora de concertar enlaces entre la gente del pueblo y evitar los peligros ineluctables de la genética.
Evidentemente, todas las ascentrales tradiciones y ceremonias se reviven con rigor y dictan la vida del pueblo en sus tres acontecimientos principales, desde el nacimiento hasta el casamiento y la muerte. Entre ellas destaca la preservación de la música Gamelan balinesa cuyos sonidos graves de percusión se endulzan con el xilófono que los acompaña.
Respecto a la artesanía, producen un tipo de tela único, el Geringsing, confeccionado con el arte del doble ikat, una técnica de teñido de patrones basada en ataduras sobre las hebras que se realizan antes de tejer la tela. Muchos de los diseños son exclusivos y reservados para ocasiones especiales como matrimonios y ceremonias religiosas.
Continuando la ruta hacia el norte llegamos al palacio del agua de Tirta Gangga, cuyo nombre significa agua del Ganges. Construido en 1948 por el Rajà de Karangasem, fue destruido casi completamente por una erupción del monte Agung en los años sesenta, y como lo vemos hoy es gracias a las labores de recontrucción que se llevaron a cabo restaurando cada ápice de su regia elegancia.
Estanques y piscinas enarboladas de estatuas de piedra y caminos flotantes, y en su centro, una fuente de once escalones. Once, pues según los antiguos hindúes, representa el equilibrio de las emociones, el pensamiento y el espíritu. Si 1 significa la pureza y el comienzo, 11 duplica la fuerza de dichos atributos.
Finalizar el recorrido en la península de South Kuta.
En lo alto de la escarpada costa en el Romeo Beachfront Bungalow, que más que Beachfront resultó ser Horizontfront. Bajar unos numerosos y toscos escalones esculpidos entre las piedras para llegar a la playa Pantai Bingin, donde degustar sobre cojines desde una elevada roca el plato del día con las verduras frescas del mercado preparadas por una agradable Ibu (que significa madre en bahasa) balinesa. Acabar el día de cena en la terraza del Cashew Tree, con un menú tan sano como variado.
Y, para concluir en douceur, dirección Pura Uluwatu, el templo Uluwatu, bien antes de que se acerque el ocaso, para disfrutar de toda la gama de colores de otro, mas siempre diferente, anochecer.
Este famoso templo balinés del mar dedicado al dios hindú Rudra del viento y tormenta, está situado al borde de un acantilado de 70 metros sobre el mar, sus jardines bordean la costa, sus rebordes se encuentran salpicados de adelfas de colores.
El paseo propicia la armonía y abstracción, con el mar rugiendo a nuestro lado. Solo una cosa es capaz de devolvernos a la realidad: los numerosos monos que habitan el recinto del templo y cuyo pasatiempo favorito es agenciarse gorros, botellas y cualquier objeto a su alcance de los incautos turistas, quienes, aunque avisados, u olvidan o se sienten irremediablemente atraídos por los traviesos macacos.
De nuevo un anochecer donde permanecer absortos, la mente vacía, con el sonido de las olas deshaciendo su manto de encaje sobre las rocas al tiempo que se encienden las nubes en el horizonte. Todo es posible en el ocaso, donde día y noche se confunden, donde nos sentimos libres y parece que lo sueños están cada vez más cerca de hacerse realidad...
Este famoso templo balinés del mar dedicado al dios hindú Rudra del viento y tormenta, está situado al borde de un acantilado de 70 metros sobre el mar, sus jardines bordean la costa, sus rebordes se encuentran salpicados de adelfas de colores.
El paseo propicia la armonía y abstracción, con el mar rugiendo a nuestro lado. Solo una cosa es capaz de devolvernos a la realidad: los numerosos monos que habitan el recinto del templo y cuyo pasatiempo favorito es agenciarse gorros, botellas y cualquier objeto a su alcance de los incautos turistas, quienes, aunque avisados, u olvidan o se sienten irremediablemente atraídos por los traviesos macacos.
De nuevo un anochecer donde permanecer absortos, la mente vacía, con el sonido de las olas deshaciendo su manto de encaje sobre las rocas al tiempo que se encienden las nubes en el horizonte. Todo es posible en el ocaso, donde día y noche se confunden, donde nos sentimos libres y parece que lo sueños están cada vez más cerca de hacerse realidad...
No hay comentarios:
Publicar un comentario